EL NOMBRE DE CANARIA
Con mucha frecuencia oímos decir a improvisados historiadores que en Canarias hay perros (muchos y grandes) desde tiempos remotos, y que de ahí se deriva el nombre de Canaria. Uno, la verdad sea dicha, no ha estado al margen de semejante error, por lo que había oído decir. Hace varios años (1976-77) escribí un par de artículos en los que hablaba de los perros bardinos, cuyo origen se remontaba a varios miles de años de antigüedad. En aquellas fechas, bardinos, verdinos, o presas, para la inmensa mayoría de los canarios era una misma cosa, perros canarios auténticos todos. Luego, con el tiempo fue uno aclarándose entre esa diversidad de nombres para referirse a los perros canarios, procedieran de donde fuere.
Al parecer a los historiadores canarios el tema de los perros les resulta marginal e intrascendente. Interesan los hombres, sus linajes, sus empresas conquistadoras, comerciales o guerreras, etc. De ahí que el canario de a pie, o de a caballo, lo ignore todo, o casi todo, de los perros canarios, prehistórico e históricos, y así se sigue hablando de verdinos o bardinos para referirse a los perros de presa o a los de ganado indistintamente. Y todos ellos, suponen (o se empeñan en suponer), que descienden de los perros prehispánicos, que criaban con mucho “esmero” los naturales de estas islas antes de la conquista.
En el Libro IV, T.I, edición 1ª, año 1975, de la Historia General de las Islas Canarias, de Agustín Millares Torres, pag. 176, se lee: «Plinio y Estacio Seboso fueron los primeros que la llamaron así (Canaria), haciendo derivar su nombre de los grandes canes que en élla se encontraron al tiempo de la famosa expedición de Juba, y de cuyos animales llevaron dos al rey de Mauritania. Esta etimología, aceptada por todos los autores que posteriormente comentaron aquel viaje ha encontrado después serios impugnadores. Indudable es que en Canaria no hubo perros de extraordinaria corpulencia, pues los capellanes e historiógrafos de Bethencourt, al describir esta isla, dice expresamente: «Hay en ella cerdos, cabras y ovejas y perros salvajes que parecen lobos, aunque son pequeños». En el Libro II, del mismo autor, pag. 134, podemos leer: «Mucho se ha discutido en averiguación de la verdadera correspondencia entre los nombres que los enviados de Juba dieron a las distintas islas y los que hoy llevan, disertación que, si bien es curiosa, no entraña esa gran importancia histórica que después ha querido dársele por algunos de nuestros cronistas. Indiscutible es que las dos islas principales se hallan designadas por los nombres de Canaria y Nivaria, circunstancia importante que aleja toda sospecha de falsedad y no permite dudas respecto a la exactitud de la narración de Plinio». «Puede asegurarse, no obstante, que las noticias recogidas por Juba y transmitidas hasta nosotros por Estacio Seboso y Plinio han llegado truncadas y sin la debida correlación y enlace, ya sea por defecto de copistas infieles o por ignorancia de sus mismos comentaristas». Y sigue, «Al ocuparse Plinio de las Afortunadas cita a Estacio antes que a Juba, lo cual pudiera inducirnos a error en cuanto a la fuente donde aquél bebió los datos que nos suministra, muy dudosos, por cierto. Algunos pretenden que Seboso recogió esas noticias durante un viaje que hizo a Cádiz, sin que hubiese llegado a conocer la relación de Juba; pero creemos más verosímil que consultase la obra de éste y la adicionara con todo aquello que por sí mismo pudo averiguar entre los marinos gaditanos. La colocación arbitraria que Plinio da a las islas y las repeticiones que emplea en su relato son indicios vehementes de que habla de memoria, o procurando recordar lo que ha leído muchos años antes. La confusión que también se advierte en las distancias y la nota con que concluye relativa a la salubridad del clima dándole por causa la putrefacción de los cadáveres que el mar arroja a las playas, nos prueba así mismo que es preciso admitir con ciertas reservas sus observaciones». Y en la pag. 135, donde el autor habla de los historiadores y geógrafos, dice, «Ya hemos visto que Juba, filósofo y naturalista en la acepción universal que entonces se daba a esta palabra, fue el primero que obtuvo las noticias más exactas sobre este Archipiélago, siendo evidente que desde su famosa exploración tomaron estas islas el nombre de Canarias, ya fuese por los canes ingentis magnitudinis de que nos habla Plinio, ya por otras diferentes causas según otros creen con mejor criterio».
Ahora volvamos al Libro IV, T.I, pag.176, donde se lee, «Teniendo en cuenta ésta y otras juiciosas observaciones, han aparecido algunas nuevas etimologías que vamos brevemente a exponer. Asegura Plinio que, en las vertientes occidentales del Atlas, existían unos pueblos llamados Canarios y, tal vez por esa causa, llamara Ptolomeo al Cabo Bojador Caunaria Extrema. Pero, ¿procedían estos nombres del que primitivamente se había dado a la isla de Canaria o, por el contrario, era la isla que prestaba su nombre a aquellos pueblos y al promontorio africano? Sea como fuere, no debe olvidarse esta curiosa identidad, por la correlación que entre sí guardan ambas designaciones. Suponen otros que el euforbio canariense, férula de los latinos o caña amarga conocida de Juba que escribió un tratado sobre este vegetal, dándole aquel nombre como recuerdo a su médico Euforbio-, fue el que prestó su denominación a la Gran Canaria, haciéndola derivar de canna. Tomás Nichols, que escribía en 1525, da por verosímil esta hipótesis, y añade a este propósito: «He oído decir a sus antiguos habitantes que era así llamada (Canaria ), por cierta caña de cuatro faces que crece en abundancia en el país, de la cual se extrae una leche que es un veneno muy peligroso». Y en la pag. 177 dice, «La isla de Canaria era apellidada por sus primitivos habitantes Tamarán o Tamerán, lo que parece significa en su idioma país de valientes».