Al parecer, en Lanzarote, en Fuerteventura, en La Palma, en La Gomera, y en El Hierro, no se han hallado restos caninos pertenecientes a tiempos anteriores a la conquista, ni se habla de que en esas islas hubiera perros cuando a sus costas arribaron (1402) Jean de Bethencourt y Gadifer de La Salle con toda tropa.
En el libro Le Canarien (El Canario), edición de 1980, traducido y comentado por Alejandro Cioranescu, pág. 64, versión G (Gadifer), refiriéndose a Gran Canaria, se lee: «Están bien provistos de animales, a saber: cerdos, cabras y ovejas, y unos perros salvajes que parecen lobos, pero son más pequeños». En el mismo libro, versión B (Bethencourt), págs. 165-166, leemos: «Están bien provistos de animales, a saber: cerdos, cabras y ovejas, y unos perros salvajes que parecen lobos, pero son pequeños».
En el primer texto leemos que son más pequeños, en el segundo que son pequeños, es decir, que no eran ni grandes ni medianos. Y en ambos casos se dice perros salvajes, y no me parece a mí posible que los aborígenes grancanarios pudieran permitirse el lujo de dejar campar por su isla atacando al ganado a perro alguno. Además, es imposible que, en esa isla, lo mismo que en Tenerife, hubiera perros salvajes, en todo caso asilvestrados y aun así la realidad no cambia. Es mas, el perro, animal doméstico, sólo en circunstancias muy especiales vive apartado del hombre.
Fray Alonso de Espinosa, en su libro Historia de Nuestra Señora de Candelaria, pág. 114, refiriéndose a los perros que se comían los cadáveres humanos que habían quedado en el campo de batalla después de la matanza de Acentejo, dice: «Estos perros eran unos zatos o gozques pequeños que llamaban cancha, que los naturales criaban, y como por la enfermedad se descuidaban de darles de comer –se refiere el autor a la peste que se declaró como consecuencia de los muchos cadáveres humanos que quedaron desparramados por el campo después de los enfrentamientos entre guanches y españoles– hallando carniza de cuerpos muertos, tanto se encarnizaron en ellos que acometían a los vivos y los acababan, y así tenían por remedio de su desventura los naturales dormir sobre los árboles cuando caminaban por miedo de los perros». Y no conocemos más referencias a perros en manos de los aborígenes canarios.

Cráneo de perro aborigen fotografiado en el Museo Arqueológico de Tenerife. Su longitud no supera los 10 centímetros; quiere ello decir que corresponde a un perro de reducidas dimensiones.

Cráneo de perro aborigen, con restos de momificación de pelo color crema, fotografiado en el Museo Arqueológico de Tenerife. Como el anterior, no supera los 10 centímetros de longitud.